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Coplas, cantares, musicas, poemas, etc. del pueblo y la comarca :: DEL ÓRBIGO
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DEL ÓRBIGO por antonio justel Imprimir la pagina

Publicada en: Abril 21 del 2006

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(... un día de pesca, al amanecer)







DEL ÓRBIGO

(Reg.: 00/2000/17117 Secc. 1)




Hacia los idus de agosto surge en Vecilla de la Polvorosa un momento, justo al amanecer, en que hierve el río y el color del cielo semeja el de nieve.
Desde los fondos del agua, de entre sus fuerzas vivas, emerge un polisón de niebla que deambula y marcha acariciando el rocío, las piedrecillas, la hierba, los juncos; y luego, tras aspirar a lo alto, emprende el vuelo para dejar paso a la diaria y divina transubstanciación del mundo.
... y ese instante, digo, es y discurre cuando las estrellas aún parpadean y los murmullos del cosmos esperan a que trascienda un rayo de luz, divida el universo y, señalando la tierra, la ponga de manifiesto.

Enfundado en aquella deshilvanada y enorme pelliza que perteneció a mi abuelo, una pelliza que andaba por casa al retortero y que tanto disfrutaba guareciéndome en ella los días de frío, con mi caña de pescar de palo de zarza y mi caldereto con boñigas de buey, repletas de trigo, iba yo ligero y braceando con determinación por el Barrio de Abajo, cruzando con buen ánimo el madrigón de Federico, luego las eras luego, parqa seguir por el "Rincón de Matías", partijas adelante, camino de El Lobero.
(lobero: como su nombre indica, lugar de lobos, pero, también, donde el río se afloja para agrandarse y remansarse, para reposar en tabladas profundas y reflejar con deleite los confines del aire y las chispas del cielo (tal es que, cual ser humano por completo enamorado, este Órbigo nuestro hubiese decidido acampar allí y andar entretenido en la juiciosa construcción de espejos verdes y azules de agua)
Y ya, enseguida, la apoteosis cuando la conjunción del ser y la belleza se convierte en pasmo inenarrable, pues deteniéndose y observando Vecilla desde el madrigón citado, en este tiempo el paisaje deslumbra, entra de golpe en la emoción, la agita, la llena y posee, y ambos, emoción y deslumbramiento juntos, llevan a uno raudo por el mundo, le hacen aligerar el paso hasta acabar inundándolo con esa cualidad absoluta y proverbial del asombro.
Las gotas de rocío mojaban mis botas katiuscas por lo que, al romperse contra sus punteras, producían luces y las deispersaban al aire. Yo veía ascender sobre los prados aquella niebla inmensa y lenta que describía el meandro en el aire, cual si un dios estuviera impartiendo su ley de belleza desde sus ingentes templos de poder sobre el rio.

Tiene lugar esto cuando las cosas se miran como nuevas e inmancillables y todas ellas llegan y penetran en la vida con su poso natural, cuando se descubren no porque en sí acontezcan, sino porque logramos descubrirlas, verlas, asirlascon nosotros... ¿ serán verdad? - decimos - Qué sensación ésta del asombro y qué levedad contiene, y cómo nos empina y nos arranca y separa los huesos de la tierra al elevarnos sob re ella".

Sin embargo, en ese tiempo y temprano, del día y de la vida, se lleva siempre un secreto en el corazón. Incluso antes del amanecer. Y también luego ¿ Quién no lo ha sentido y visto - y ay de quien no lo ve ni nunca lo logra ver - al serle acometida de pronto la intimidad por pensamientos primerísimos, en los que el ser únicamente se pronuncia y es ?
Yo llevaba en mi ser de mañana doce años de vértebras y sueños bajo la pellizona raída y preciosa de mi abuelo. Pero no podrá olvidárseme que, para mí, aquella fue una edad inconfesable porque, entonces, no se es niño ni hombre, pues, como si todo fuese no sólo perdurable sino eterno, a esa edad la vida crepita, como si crecer y crecer constituyera lo apremiante, lo único y a la vez urgente para ser hombre y a la vez alguien. Los deseos del genio planetario son así: el reverbero de la fascinación al golpear con ansia el alma por obtener un éxito femenino y la consiguiente jerarquía en el magno ejercicio del poder de hombre. Porque era una verdad certera que, en cuanto se podía, se pasábamos de nada a hombres. Tal acontecía en aquel tiempo circular.

Mi perra, Tula - con sus trazos y manchas blancos y negros - parecía que fuera y viniera por todas partes husmeando y cazando espíritus y sombras entre los residuos de noche y la mañana. Delante de mi marchaba por caminos y linderos, cruzaba corriendo y, deteniéndose de pronto con la cabeza alta, parecía contemplar atentamente los praderales, se adentraba seguidamengte en la fronda de los surcos labrados, los olía, levantaba después sorprendida la cabeza, y luego venía y me lo comunicaba husmeándome cerca de los bolsillos. Yo la miraba en silencio o le decía con voz queda ¿ qué... ? y cuando me entendía, sin hacer ruido, y como una centella, se alejaba de nuevo y yo le volvía a decir "toba, ven aquí... ", pues ambos andábamos con cuidado para no despertar las cosas antes deque lo hicieran de manera propia las luces de la mañana.
Pero Tula volvía la cabeza y no me hacía caso. Era ya cuando, en medio de los ribazos del Lobero, los troncos de los árboles tirados por el suelo y el crujido de las hojas pisadas se convertían en sospecha de algo inesperado, en sesgo o incertidumbre de algo, en continuas adivinaciones a través de la penumbra que en mechones iba desvaneciéndose (éste es el momento en que el verano discurre y tintinea en el aire, cuando, como si contenida la respiración, uno esperara unos instantes hasta el advenimiento del sol y, enseguida, abriendo su poder, dispusiera su despliegue lento y descomunal con que desenterrar, incendiar, y proponernos, con inexpresable resplandor, el haz con que lanza y hace que se exprese la via)

Con esa ansiedad de sueños que provoca encontrarse a si mismo cual conquistador etéreo de famas y fortunas, llegué a la orilla del río. En su hora precisa, justo de anochecida, había cebado "el sitio" intensamente los días anteriores; y en lo alto, por entre las ramas de paleras, de álamos y chopos, entreverándose, mientras caminaba contemplaba marchar la niebla enl enormes repelones de lana volandera y limpia, hacia arriba; ¿ hacia dónde irá ? me pregunté mientras ella subía y subía en brazos de las entidades invisibles del cielo y del aire. Cabeza y rabo levantados, Tula se acercó entonces al borde del barranco y, tras mirar con interés y fijamente el agua, se dio media vuelta y se fue incontinente y contenta en busca de secretos del alba, por lo que empezó a hociquear y a levantar topineras, hormigueros, a perseguir por cualquier parte ruidos inmundos, o a bajar el morro a ras de tierra y dejar reguerones y rastros entre la hojarasca.
"Y yo a lo mío, a mis reinos mojados, a los desarreglos y honduras donde tan secretamente cobija sus claustros la soledad... "

Y ello fue, y es aún tan así, que mientras preparas los achiperes de la caña, mientras con arte y seguridad - digo - le pones al anzuelo el cebo, tiras los atuendos al agua, y luego con un par de horquetas fijas el palo al suelo y te sientas a su lado y al alcance de la mano lo retienes, es cuando acontece entonces una sensación inaudita, pues se abre un tiemblo de inusitado andor en el que todo es posible, pues el pescador, en ese preciso instante, a modo de niño bíblico e ignorando el futuro, cree en él como en Dios y de él lo espera todo. Por eso es - me digo ahora – por lo que tan a menudo la fe salva al pescador y entonces y contra todo pronóstico pesca. Esto lo empecé a comprender aquel día, lejano ya, en que con la caña en alto y un enorme barbo colgando de un anzuelo enorme y primitivo, con inaudita moción y alegría corrí en busca de la ayuda prodigiosa de mi abuelo, y mi abuelo, viéndo el increíble espectáculo, detuvo elmundo y el trillo en medio de la era para desenganchar aquel pez primero de mi vida, hecho concreto de mi primera iniciación ¡ Ah, tenía yo cinco años !

"Ya veis, parece mentira, pero la eternidad no tiene plazos ni tampoco remedios donde contemplarla ensimismados sin patria alguna y sin prisa... "

... y allí estaba yo por fin, sentado alaorilla del río en El Lobero, al cobijo del hueco imponente de la pelliza y absorto en aquel corcho alargado y fino, en aquel corcho alargado y puntiagudo, pintado de rojo por encima y el restoon una banda blanca, recostado tranquilo sobre la superficie lisa del agua, y al que con toda mi alma ansiaba ver entrar como una fiera en ella y que se perdiera en el fondo, así fuera con la rapidez de una exhalación o del mismo demonio...

"Y el pescador en su tiempo, al igual que el niño en el suyo, sin cesar piensa en el triunfo y se agita por él, vibra para que llegue, para que se concrete cuanto antes y asirlo materialmente con las manos, haciéndolo realidad y parte viva de su cuerpo y de su alma".

Sin embargo, y a pesar de todo, es en ese ínterin del amanecer cuando emana y se pone de manifiesto el frío de la mañana. Pero yo, allí, dentro de la pelliza, y asomando la cara con el fervor de un santo, no sólo disponía de una paciencia infinita, sino que la tenía trastocada hasta convertírseme en puro embelesamiento. Mi atención, quemante, se centraba en mis manos con laintención de que al picar, y convertirse en certeza, pudiera lanzarme con rapidez sobre el palo de mi caña y, pulsándolo bien, dando un tirón fuerte y seco de sedal, pudiera tantear enseguida la fuerza del pez al otro lado, captar su identidad y descripción, su peso, adivinarlo al fin e imponerle no la prueba de la fuerza, sino la estrategia de la sabiduría para que así, y al final, vencerlo.

Pero, a la larga, hay cosas para las que, de todos modos, doce años dan mucho de sí: tal cual a sentirse sumergido en la magia de vendedor inequívoco de espejos e impartir destreza y temple con la caña en ristre, apropiándose de intuición y fuerza suficientes, o también, y por qué no, como comprender la adversidad y salir para siempre del viejo pellizón a conjugar conscientemente aquella escasez infinita de peces no ya crepusculares o tardíos, ya que nada, nada parecía haber en el río esa mañana capaz de aceptar la humildad de mi cebo de garbanzo cocido y aliñado con tanto esmero puesto por mi madre. Ni una sola "picada", Dios santo, se dice bien, ni siquiera la más leve insinuación, sino sólo una nada estricta e irredenta, demoledora, de ésas que acaban por consumir los ojos junto a la atención requerida y al sustento primordial de esa luz cegadora que engendra la esperanza.
... y cuando ya la irrupción solar ascendía por detrás de los cerros haciando arder los chopos, las zarzas y las támaras, cuando los repelones ingentes, diseminados y difusos de niebla se habían mezclado con el canto agorero y descarnado de urracas mañaneras y locas, cuando el resplandor del cielo se había convertido en un atrio pasmoso e iridiscente del mundo, del plantío y el río e insectos y pájaros conformaban un compendio de latidos de armonía y culminación y Tula iba y venía deteniéndose trémula y seria, olisqueando en aquel saco viejo y ralo de esparto, tirado bajo una palera que tan bien conocíamos, donde buscaba inútilmente peces recién pescados; sería entonces, sospecho, cuando probablemente, tocado al tiempo por el reflejo del resplandor que nacía y los estragos de la emoción, cuando lentamente debí irme recostando para, poco a poco, envolverme entre el forro hecho trizas de la pelliza y, allí, a su calor y regusto, quedarme dormido.
"Y cuando uno está dormido el tiempo no ha pasado nunca allí, nunca, y si hubiera llegado se habría ido, por lo que, habiéndose llevado todo, uno, al despertar, desconoce su contenido... Y si tuvieses que preguntar a alguien sino a Tula ¿ qué te diría ? ¿ y quién ? ¿ y cómo y sobre qué ? "


... por lo que, al oír los ladridos de mi compañera sobre mi cabeza - y de un salto ponerme de pie y ver que allí no había caña ni rastro alguno de ella, puesto que se hallaba en el medio del río con el puntal hundido, hundida y puesta de pinote entre un amasijo informe de raizones y ocas y para mi de todo punto inalcanzable - recuerdo que estaba yo soñando con un pez enorme, con un pez como un buey de grande y que me vencía y iba arrastrando hacia el agua, pues tiraba, tiraba de mí con inmensa fuerza y acababa por arrancarme la caña de las manos y vencerme... ¿ Sería cierto... ?
... después de un rato, y sin saber qué hacer, recuerdo que me restregué los ojos con aspereza y desolación, que ofuscado y con rabia le agradecí a Tula haberme llamado después de todo, y que, por la angustia del sueño y su ósmosis con la realidad, recogí el saco vacío con la garganta completamente entumecida y reseca por el dolor. Recuerdo que me lo eché al hombro y que, con amargor indecible, miré otra vez al medio del río imaginando al otro lado del sedal el descomunal barbo que estaría enganchado allá abajo, lejos, en los inaccesibles y profundos reinos de mi impotencia. Recuerdo por último que cogí la pelliza del suelo y que, de allí mismo, caído y con motas de polvo, recogí "El viejo y el mar", aquel librín de nada que había metido en el bolsillo para matar ratos muertos, por si venía mal el día y los peces no se daban, por eso, por si acaso…

" ... y fue entonces cuando Tula y yo, como hacíamos siempre, nos miramos uno al otro y, tras mover la cabeza sin decirnos nada uno al otro, a buen paso, y cada cual por su lado, decidimos volver."


F I N









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